o de otra. Por lo tanto, no solo la
genética, sino también en un alto grado
el entorno y todas las señales del
mundo exterior influirán sobremanera
en las decisiones que vaya adoptando
el niño.
Lo que actualmente más temen
los adolescentes es el miedo a ser
marginados.
Lo que actualmente más temen los
adolescentes es aquello que en el
mundo anglosajón se conoce con la
abreviación de “fomo” (fear of missing
out), es decir, el miedo a ser margina-
dos. No deja de ser llamativo lo que
está dispuesta a hacer una niña de 12
años para captar la atención de un
amigo, o un niño de 14 años por poder
pertenecer a un grupo específico. El
cerebro no solo percibe un dolor físico
como, por ejemplo, el producido por un
ladrillo que se nos caiga en la cabeza,
sino también otro psicológico como el
sistemas motivacionales al no recibir el
niño un verdadero interés por parte de
sus padres y profesores? El cuerpo del
pequeño, a largo plazo, buscará
sucedáneos que engañan al sistema
motivacional. Es lo que ocurre con
aquellos niños que “viven” en el mundo
de los videojuegos, en el que se sienten
como si fueran los verdaderos protago-
nistas: consiguen que sean segregadas
las hormonas de la felicidad, pero a
costa de neutralizar las neuronas del
sistema motivacional, que son engaña-
das. Compensaciones de este tipo
pueden destruir la vida de un niño y,
por supuesto, también la de un adoles-
cente o la de un adulto.
Los nuevos conocimientos de la
Neurobiología nos enseñan que la
actividad de los genes que hay en las
neuronas está supeditada de manera
especial tanto al entorno como al
conjunto de condiciones biográficas
que rodean al niño. En función de las
señales o estímulos que dichos genes
reciban, éste reaccionará de una forma
ocasionado por el hecho de ser recha-
zados o excluidos por el entorno en el
que vivimos. En este caso los centros
cerebrales del dolor reaccionan de un
modo análogo al del dolor físico. La
marginación y la humillación, literal-
mente, duelen. Tanto el dolor físico
como las diferentes formas de margi-
nación o de insultos verbales, de
desprecio o de exclusión, dejan su
“huella dactilar” en la corteza cingular
anterior del cerebro (CCA).
Las personas que nos rodean y la
propia casualidad del momento
pueden producir conductas diferentes.
Y como la plasticidad cerebral, es
decir, la capacidad de adaptación del
cerebro a nuevas situaciones, es tan
grande, según los hechos que nos
rodeen nuestro cerebro cambiará de
forma sutil, al tiempo que la adquisi-
ción de nuevos datos moldeará
gradualmente nuestro modo de
pensar. Así se explica que cada vez
más se hable del cerebro como órgano
social (social brain).
EDUCACIÓN
SL
TROA 35