San Babilés nació en Cascante, villa
situada en la rivera de Navarra, se
calcula que a finales del siglo VIII,
cuando la región ya estaba dominada
por los árabes, que en su imparable
expansión habían alcanzado los
Pirineos.
Fue el hijo único de un matrimonio cuyo
abuelo había ejercido el oficio de
herrero, y se había dedicado a fabricar
los ejes sobre los que se movía la
canaleja de los molinos harineros, que
es lo que se entendía por babilar, de ahí
que fueran conocidos como los Babilos
y el hijo como Babilés.
El padre, avispado comerciante, había
dejado ese oficio de babilar y se dedicó
con cierta fortuna a negociar con los
frutales de la región, muy rica especial-
mente en chumberas. De paso se
concertó con sus vecinos de la Galia
para traer sustancias aromáticas
procedentes de la lavanda y el sándalo,
muy apreciadas por las damas del
harén.
El negocio le marchó bien hasta que en
Cascante nombraron un nuevo cadí, o
juez, muy estricto en la aplicación del
Corán, quien comenzó por prohibir que
se trajesen sustancias aromáticas de
Francia, ya que no estaban bien
consideradas por el Libro Sagrado de
los musulmanes, y terminó por prohibir
que ejerciesen cualquier género de
comercio a quienes no profesaran la fe
de Alá, el único y verdadero Dios.
La Babila era católica de corazón y su
marido no tanto y, por eso se inclinó
por lo que hacían algunos cristianos de
la época: apostatar de su fe y abrazar la
del Islam. Eso acarreaba que tanto su
mujer, como su hijo, seguían su condi-
ción y se convertían en musulmanes.
Babilés, a la sazón, era un adolescente
de unos catorce años, de buena
presencia, siempre sonriente, poco
amigo de pendencias, que vivía su fe
cristiana con gran seriedad para sus
años.
La madre, para evitarle el que tuviera
que hacerse musulmán, determinó
ponerle a salvo mandándolo a un
monasterio que tenía la orden de los
Pacomios, en un lugar muy grato a los
pies de los Pirineos, que se dedicaban a
labrar huertos y a trabajar como
pendolistas copiando los textos de las
Sagradas Escrituras. Al Babilo tampoco
le pareció mal deshacerse de un hijo
que le podía complicar en su nueva
situación de comerciante musulmán.
Babilés pronto se encontró feliz en
aquel monasterio, sobre todo cuando
demostró tener especiales dotes para el
conocimiento de las letras y pese a su
corta edad, el abad, le permitió copiar
los textos de la Biblia, que llegó a
aprendérsela de memoria, algo que de
mucho había de servirle en su vida
futura. Nunca pensó Babilés que
alcanzaría el sacerdocio y le parecía que
su destino sería copiar cientos, miles de
veces, los textos sagrados.
Pero el cadí de Cascante se enteró de
que el Babilo -que había cambiado su
San Babilés
José Luis Olaizola
SL
A FONDO
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TROA