Leer lentamente
Para alcanzar ese objetivo primero y
general, hay una regla igualmente primera y
general, puesto que se aplica a todos los
géneros de libros y a todos los tipos de
lecturas:
hay que leer muy
(sic)
lentamente.
La lectura lenta es el principio básico que se
aplica a todas las obras, dice Faguet. Leer de
prisa, en diagonal, saltando páginas para
llegar al final, es una forma de pereza
intelectual incompatible con la buena
práctica de un lector. Claro que hay libros
que no resisten este forma de leer, que se le
caen a uno de las manos. En este caso,
afirma nuestro profesor, hay que descartar-
los. Los libros que no aguantan una lectura
lenta no merecen ser leídos, así de claro.
Además de esta regla general, Émile
Faguet recomienda una serie de reglas
particulares aplicables a los distintos tipos
de libros. No debemos leer de la misma
manera a un filósofo, a un novelista
sentimental, a un poeta o a un dramatur-
go. En cada caso, una estrategia adecuada
redundará en los provechos que sacare-
mos de la lectura y, sobre todo, aumentará
el disfrute de esos autores.
Los libros de ideas
Para leer
a Platón, Montesquieu,
Descartes, La Rochefoucault, Rousseau, es
decir
a filósofos, pensadores, moralistas o
simplemente hombres de ideas
, hay que
entrar en una especie de comercio
intelectual con ellos o en una partida de
esgrima.
El placer de leer
esta clase de
libros
es el placer de pensar
: pensar con
otro, pensar el pensamiento de otro y
pensar el pensamiento que nos sugiere el
otro. No es una lectura fácil ni “abandona-
da”, nos dice Faguet. Hay que estar
continuamente en alerta, vigilando, atento
a las contradicciones e incluso a las
trampas que se nos quiere tender. Un
pensamiento se construye poco a poco,
hay que seguirlo en sus meandros y en sus
vacilaciones, hay que analizarlo y compa-
rarlo continuamente con su mismo estado
anterior. Un libro de ideas se lee volviendo
continuamente a la página anterior y sin
soltarlo hasta la última línea. Es una
lectura trabajosa, pero procura el inmenso
gozo de haber conocido una inteligencia
generalmente superior a la nuestra y, por
consiguiente, de haber enriquecido la
nuestra.
Los libros de sentimientos
Las novelas, y sobre todo las novelas
sentimentales, son otro cantar. En este caso,
la lectura “abandonada” se impone, en el
sentido de una lectura completamente
confiada, que abraza los puntos de vista y las
vivencias de los personajes.
Si el filósofo es
un sembrador de ideas, el novelista es un
sembrador de sentimientos
, afirma Faguet.
Su propósito es conmover al lector. Para ello,
lo hechiza, lo envuelve en una especie de
sueño, haciéndolo abandonar su personali-
dad y fundirse con los seres de papel que le
presenta. El resultado puede llegar a ser
tremendo, como en el caso de nuestro
queridísimo Quijote. Pero, en la gran
mayoría, la pérdida se transforma en
ganancia, porque en esa especie de vida
prestada que es la novela, vivimos con más
intensidad y con más fuerza que en la vida
corriente. Y también aprendemos a conocer-
nos mejor. Una ficción es siempre un poco
nuestra propia vida, porque cada ser es un
pequeño mundo o, como recuerda Faguet
que decía Pascal, “el mundo entero está
hecho como está hecha nuestra familia”. La
lectura de la ficción nos exige una buena
dosis de autoanálisis, de examen de
conciencia, pero también nos ayuda a
descifrarnos, porque, no olvidemos, somos el
más difícil y oscuro de los manuscritos.
«La lectura de la
ficción nos exige una
buena dosis de autoanáli-
sis, de examen de concien-
cia, pero también nos
ayuda a descifrarnos,
porque, no olvidemos,
somos el más difícil y
oscuro de los manuscri-
tos.»
Los poetas
Si las lecturas son diferentes en
función de las obras leídas, también los
lectores son diferentes en función de esas
mismas. ¡Qué duda cabe que el lector de
poesías es el más artista de todos los
lectores! Los que leen novelas pueden no
haber escrito una línea en su vida; los que
gustan de leer poemas han sido poetas o al
menos versificadores en algún momento
de la suya.
Las poesías hay que leerlas dos
veces
, recomienda Faguet:
una vez en voz
baja y otra en voz alta.
La lectura íntima,
murmurada o incluso silenciosa, es para
comprender el pensamiento del poeta; la
lectura oralizada es para que el oído se
percate del ritmo y de la armonía. Pero los
poetas son fuente de un placer más grande
todavía: el que se siente cuando uno puede
recitar de memoria estrofas que se han
grabado en épocas pasadas, a menudo
muy tempranas, en su mente y que le han
acompañado desde entonces. Una poesía
que se presenta espontáneamente a
nuestros labios es como el olor de las
flores en primavera o el sabor de una
bebida fría una noche caliente de verano:
concentra en ella todo un paño de nuestra
vida y nadie ni nada podrá arrebatarla.
Las obras de teatro
“El arte de leer” de Faguet aborda
también una serie de libros cuya lectura se
nos puede aventurar impropia, poco útil e
incluso perjudicial. ¿Se puede leer una obra
de teatro? A primera vista parecería poco
recomendable. El texto de teatro es sólo
una parte, y según algunos entendidos, no
siempre la más importante, del arte
escénico. La opinión del profesor francés
es diferente:
sólo la lectura prueba la
solidez de una obra de teatro.
Más aún: si
una obra de teatro resulta mejor cuando es
interpretada que al ser leída significa que
son los actores sus verdaderos autores.
Eso sí, para leer con provecho una obra de
teatro uno debe visualizarla como si
estuviera representada en el escenario. Y
para ello, el lector de obras de teatro debe
haber frecuentado mucho las representa-
ciones teatrales, lo que acaba de cerrar el
círculo.
La lectura de críticas
¿Es útil leer lo que se ha dicho o
escrito sobre un libro o un autor? Eso
quiere decir acudir a resúmenes, comenta-
rios, síntesis, críticas o simplemente a
Wikipedia, diríamos hoy en día. La respues-
ta de E. Faguet es categórica y a la vez
matizada: rotundamente “no” si es para
substituir la lectura propiamente dicha del
libro (¡atención estudiantes!); parcialmente
sí, pero después de haber leído la obra en
SL
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TROA