«Aunque estaba ligado a la
tierra, aunque necesitaba la
tierra, había encontrado la
compañía de las palabras.»
Quizá entonces, de repente,
dejé atrás la niñez. Entre los diez y los
once años. Aunque volviera al pueblo
cada Navidad, cada Semana Santa,
cada verano, cada poco, ya no era el
mismo. Aunque estaba ligado a la
tierra, aunque necesitaba la tierra,
había encontrado la compañía de las
palabras.
Paca Flores, mi socia en
Periférica, también es extremeña,
pero su familia llegó desde Andalucía,
desde Córdoba. Una parte de ella
trabajó en las minas, aunque casi
todos se dedicaron, como era habitual
entonces, a la agricultura o a la
ganadería “minúscula”. La imagen de
Paca como pastora de algunos
animalillos de sus padres es una
imagen que ella recuerda de cuando
en cuando y que le provoca no sé si
más la nostalgia o la risa.
Su padre se empleó, antes de
jubilarse todavía joven debido a un
accidente, como guarda en el ahora
Parque Natural de Monfragüe.
Cazador en ocasiones, amante de las
criadillas de tierra y los espárragos
salvajes, de la carne asada en medio
del campo, no era lector él, ni lo era su
esposa, quien murió de cáncer poco
antes de que yo conociera a Paca. Ésta
había vuelto a Cáceres para pasar con
ella los últimos días de su vida, para
cuidarla en la medida de lo posible y
para atender a su padre.
Una editorial hace públicos
textos privados, por eso usamos ese
verbo, “publicar”. La primera posesión
de muchos de mis amigos de la
adolescencia y de la primera juventud
fue su biblioteca. Nadie soñaba
entonces, entre mis conocidos, con
tener otra cosa, con tenerlo todo,
bastaban los libros; y no por frugales
(aunque muchos lo fueran), sino
porque
el conocimiento y el placer
de la lectura y el placer de la
conversación eran suficientes para
defenderse de aquello que nos
desagradaba, o nos hería, de este
mundo.
Tanto en el sentido al que
serefiriera Pavese como en el sentido
al que se refiriera Pascal.
Una editorial tiene, pues, una
gran responsabilidad pública. Pero
también la tiene privada: durante
estos diez años hemos tratado de que
todos los libros que llevaran nuestro
sello estuvieran a la altura de los
deseos, temores, aspiraciones y
renuncias de los niños y adolescentes
que fuimos en el pasado, y a la altura,
también, de nuestros pequeños
amigos de entonces; es decir, que
fueran textos que consolaran unas
veces y que provocaran (como decía
Pasolini a partir de los evangelios de
San Mateo)otras; textos que pudieran
obrevivir al tiempo para discutir en el
tiempo y para disfrutar en el tiempo.
Muchos de estos libros, por suerte,
han contando con el apoyo de las
librerías de Troa y de quienes están,
de un modo u otro, tras ellas, así que
no podemos sino mostrar aquí
nuestro agradecimiento por ese
apoyo fiel. Ojalá dure al menos otros
diez, veinte, cien años más, como dura
todo lo que merece la pena.
EDITORIAL PERIFÉRICA
SL
TROA
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