«La singularidad supone ayudar a cada
persona a ser consciente de sus posibilidades y
limitaciones: ayudar a conocerse para ayudar a
aceptarse.»
«La educación de todo lo relativo al
carácter es una de las aportaciones diferen-
ciales que se desprenden de esta forma de
conocer la persona.»
T
oda educación responde
a una antropología más o menos
explícita. Los problemas educativos
de hoy tienen su causa en el deterio-
ro de la persona y su solución en el
desarrollo de todas las posibilidades
que cada persona es capaz de lograr
para alcanzar su identidad plena.
La educación centrada en la
persona –la educación personalizada-
fue iniciada por Pierre Faure y Víctor
García Hoz en Francia y España. A
partir de las notas de singularidad,
autonomía y apertura se articulan
una serie de innovaciones que hacen
al alumno protagonista activo de su
aprendizaje y de su vida, con
capacidad de transformar el mundo
que le rodea, mediante el uso de su
libertad responsable, al servicio de
los demás.
La estructura de persona
que ahora presentamos, asume esta
tradición ya experimentada y aporta
algunos elementos que enriquecen y
facilitan la aplicación de nuevos
modos prácticos de desarrollar la
actividad educativa que reclama el
momento presente.
En la identidad personal se
puede distinguir, entre principios
constituyentes (quién soy) y dimen-
siones en las que se despliega y
manifiesta la vida (cómo soy). Los
primeros dan razón del ser persona,
y los segundos caracterizan su
expresión cabal en una unidad
radical.
Entendemos como
principios constituyentes la
Singularidad, la Apertura y la
Originación
:
La singularidad
es el
principio constituyente que distingue
a una persona de otra. Se trata de
quién soy yo en mi mismidad, en mi
intimidad, como absoluta y radical
novedad. No es el yo, sino lo que
hace que cada yo sea diferente y
propio. Todo lo que haga, lo que
piense, lo que ame, lo que aporte o
deje de aportar, estará teñido
siempre por esa radical singularidad.
Tener en cuenta la singula-
ridad supone ayudar a cada persona
a ser consciente de sus posibilidades
y limitaciones: ayudar a conocerse
para ayudar a aceptarse.
La apertura
es el principio
constituyente que se refiere a quién
soy yo en el mundo, en relación tanto
con lo demás como con los demás. La
persona se nos presenta con una
radical y existencial necesidad de
apertura, de encuentro. El ser
humano no se puede desarrollar
aisladamente: la sociedad es
condición de viabilidad.
La apertura permite a la
singularidad expresarse, por una
parte en un espacio-tiempo determi-
nado, concreto, en una realidad
material, en una cultura, que se ha de
conocer, enriquecer y transformar. A
esta apertura al mundo, a la realidad,
la sintetizamos como trabajo.
Denominamos comunicación a la
apertura a las otras personas, a la
innata capacidad de encuentro y
relación, a través del diálogo y del
amor a los demás.
El tercer principio constitu-
yente es
la originación
. Esencialmen-
te, hace presente que la existencia de
cada persona no se debe a ella
misma. Es necesario plantearse quién
soy yo desde mi origen, de dónde
provengo, de quién soy hijo, en
definitiva. Todos somos hijos. El
hombre se define como hijo: es
originado, no es origen.
En una primera filiación,
encontramos a los padres. La
educación corresponde a los padres,
a la familia. Ser hijo nos da un
pasado, una cultura, una tradición,
que nos ayudan a conocer quiénes
somos: nos proporciona identidad.
Los padres transmiten la
vida, pero no la originan. Existe una
filiación más profunda, más radical,
que origina la vida: la filiación divina.
Lo que somos depende de
nuestro origen: esta realidad
aporta a la persona una dignidad
propia, intrínseca, superior al resto
de los seres y la educación debe
ayudar a descubrir y a vivir conforme
a esta realidad que debe impregnar
de sentido toda la vida personal.
Los principios constituyen-
tes de la persona explican su modo
propio de ser, como hombre o como
mujer, dos modos de ser persona.
Ser hombre o ser mujer no es algo
accidental, sino esencial, ontológico.
También en esta consideración será
necesario un avance significativo en
la educación, descubriendo los
modos propios en los que unos y
otras pueden llegar ser en plenitud.
La integración armónica de
los principios constituyentes (quién
soy) con las dimensiones en las que
la persona se expresa y vive (cómo
soy) da lugar a la identidad personal.
La persona expresa sus
constituyentes en las dimensiones
que le dan forma. Cuatro son las que
podemos distinguir y enumerar: la
dimensión física, somática, biológica;
la dimensión afectiva, con sus
emociones, pasiones y sentimientos,
a través de la cual nos impresiona-
mos con lo que nos rodea y con
quienes nos rodean; la dimensión
intelectiva, la de la inteligencia con la
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