APOGEO DEL CRISTIANISMO
«SEMANA SANTA»
Julio de la Vega-Hazas
Doctor en teología. Asesor literario de TROA
P
uede parecer poco ortodoxo analizar los Evange-
lios desde un punto de vista literario –son relatos de
sucesos reales, no ficción literaria-, pero puede hacerse. Da
como resultado que es un drama, un drama perfecto.
Los elementos del drama están bien perfilados:
planteamiento inicial, nudo, clímax y desenlace. El plantea-
miento inicial es la llegada de Jesús al mundo y su predica-
ción del Reino de Dios, avalada por los milagros que
realiza. Pero poco a poco la situación se complica, ante la
progresiva hostilidad de los fariseos y la casta sacerdotal
israelita, de forma que va creciendo la tensión. Es el nudo.
Desemboca en un clímax brutal que no es otro que la
Pasión y muerte de Jesús, donde parece –y no solo a un
lector sin familiarizar con el texto, sino también a los
discípulos y simpatizantes del crucificado- que todo está
perdido. Pero aparece al final un desenlace tan inesperado
como feliz, aunque estuviera anunciado por el protagonis-
ta, que cambia el signo de la obra entera. Evidentemente,
se trata de la Resurrección.
Resulta obvio que el clímax y el desenlace son lo más
importante de todo drama. Aquí también. Por eso, la
Semana Santa, o más bien el Triduo Pascual que comienza
el Jueves Santo por la tarde y acaba el Domingo de
Resurrección, incluye las celebraciones más importantes
del cristianismo. Es el punto culminante de un drama, del
gran drama divino de la redención del hombre, donde el
poder de la luz vence al de las tinieblas.
Este carácter dramático se extiende a
nuestras vidas. Lo dice en estos mismos términos
el concilio Vaticano II: Toda la vida humana, la
individual y la colectiva, se presenta como lucha, y
por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre
la luz y las tinieblas (n. 13). Seguir los pasos de
Cristo supone insertarse en ese escenario.
Dios eligió el drama. Pero incluso entre los
cristianos hay muchos que lo rechazan. Un
ejemplo significativo lo encontramos en muchas
Biblias para niños. No pueden evitar, en su
somero repaso al Nuevo Testamento, referirse a
la Pasión y la Resurrección. Pero lo hacen, sobre
todo con la primera, pasando como de puntillas.
El énfasis se pone en los milagros y en los
episodios que concuerdan con el “buenismo” de
moda. Una bella historia de amor, en suma, a la
que se intenta sustraer el dramatismo, con la
-¿noble?- intención de no traumatizar a los niños.
O quizás simplemente pensando que un cuento
de hadas tiene más atractivo que un drama.
En realidad, esa deformación responde más
al deseo de los adultos que a la necesidad de los
niños. Deseo inútil, porque la vida misma es
dramática; la de los niños, por supuesto, también
lo es, a pesar del enorme esfuerzo de los mayores
para evitarlo. De ahí que, cuando uno se niega a
aceptar el dramatismo cristiano, se queda con el
drama de la vida pero sin el desenlace final. Y, sin
él, el drama se convierte en tragedia. O sea, en un
sufrimiento sin sentido y sin esperanza. Lo vio con
claridad hace un siglo
Unamuno
cuando escribió
Del sentimiento trágico de la vida
, y fue lo que le
llevó al final de su vida a la fe católica a pesar de la
fuerte resistencia que encontraba en su interior
para aceptarla.
Podemos así concluir que la Semana Santa
es algo más que la conmemoración de unos
importantes sucesos pasados, o un momento del
año en el que se invita de modo particular a hacer
penitencia. Bien mirada, bien contemplada, invita
a meditar sobre muchas cosas. Sobre todo una:
qué sentido estamos dando a nuestras vidas.
A FONDO
SL
«La Semana
Santa es algo
más que la
conmemoración
de unos impor-
tantes sucesos
pasados, o un
momento del
año en el que
se invita de
modo particular
a hacer
penitencia.»
TROA
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