E
l Imperio de los zares fue una de las últimas
grandes potencias en abolir la servidumbre, allá por 1861.
Curiosamente, las sucesivas políticas de los emperadores
más reformistas, como
Pedro I
o
Catalina II
, no hicieron sino
endurecer la penosa situación de los siervos en Rusia, y no
fue hasta el reinado de
Alejandro II
que esto comenzó a
cambiar. Pero lo que parecía el primer paso hacia el
abandono del absolutismo, a la monarquía parlamentaria,
no se materializó. Pese a la liberación de los siervos el zar
seguía teniendo un poder autocrático e indiscutido.
Frente a la Europa occidental, un mundo en plena eferves-
cencia, en el que ya habían tenido lugar numerosas
revoluciones, y los movimientos de izquierda comenzaban a
tomar mucha fuerza, los rusos miraban con impotencia
cómo la ausencia de libertad política y la semiesclavitud
seguían siendo la regla en la gran Rusia.
El primer indicio del peligro que se cernía sobre el
trono tuvo lugar en 1905, durante el reinado de
Nicolás II
,
tras la derrota rusa infligida por los japoneses. La crisis a la
que dio paso dicha derrota sacó a la población a la calle. Los
obreros de San Petersburgo, desarmados, dirigidos por el
pope
Gapón
, fueron a pedir de forma pacífica una mejora
de las condiciones de trabajo al zar, en el Palacio de
Invierno. Pero se encontraron con los disparos indiscrimina-
dos de la Guardia Imperial, que realizaron una matanza.
Sería un punto sin retorno. La manifestación pacífica no era
la forma de pedir justicia al zar. La siguiente ocasión sería
con las armas.
Dicha ocasión tuvo lugar doce años después, en 1917,
y también en San Petersburgo. Tras tres años de guerra
contra las potencias centrales en lo que se llamó la Gran
Guerra, Rusia estaba exhausta. El hambre, las penurias, la
guerra, la falta de libertad… Era un caldo de cultivo propicio
para una revolución. Sólo faltaba la chispa.
Muchos de los extranjeros en Petrogrado,
entre los que se encontraban diplomáticos,
empresarios o periodistas, relataron en sus cartas,
diarios personales y artículos de prensa, que la
chispa que prendió la pólvora para el estallido de
una revuelta fue la falta de alimento, y más
concretamente de pan, en la rebautizada ciudad de
Petrogrado. Así lo relatan estos testigos exógenos
en la obra de la británica
Helen Rappaport
,
especialista en historia de Rusia, en su obra
Atrapados en la Revolución rusa
(Ediciones Palabra,
2017). Las interminables esperas para comprar el
pan bajo el invierno ruso encolerizaron a un pueblo
exprimido por unas condiciones de penuria
extrema. Las mujeres de Petrogrado salieron a la
calle, y los trabajadores del muelle se unieron a
ellas comenzando una huelga, y a éstos siguieron
los obreros de las fábricas, a los que, a su vez,
siguieron otros.
Así lo vivieron, por ejemplo, el fotógrafo de
guerra y cineasta estadounidense
Donald Thomp-
son
y la fotógrafa canadiense
Florence Harper
, de
quienes afirma Rappaport que “se vieron arrastra-
dos por la multitud. Cada vez que pasaban junto a
un policía, este trataba de detener a los manifes-
tantes, pero las mujeres seguían avanzando,
gritando, riéndose y cantando. Al frente de la
columna, Thompson observó a un hombre que
ataba una bandera roja a un bastón y la ondeaba, y
decidió que un lugar tan destacado, en cabeza de
los manifestantes, «no era lugar para un inocente
muchacho de Kansas»”. Esa misma tarde, ya
resguardado en su hotel, y como recoge Rappaport
en su libro, Thompson escribió a su esposa
diciéndole: “«Huelo problemas, y gracias a Dios
estoy aquí para fotografiarlos»”.
Finalmente, la guarnición militar cuyas
órdenes eran disolver las manifestaciones, cansada
del hambre y la guerra, se unió a los manifestantes
después de los sucesos del 17 de febrero, según el
calendario juliano, de 1917. Estallaba así la
Revolución de febrero, que desembocaría en la
abdicación del zar
Nicolás II
y en el advenimiento
del llamado Gobierno Provisional Ruso, cuyo
objetivo, frustrado por los bolcheviques en la
siguiente Revolución de octubre, era el estableci-
miento de una República constitucional.
«El centenario
de la Revolu-
ción rusa es uno
de los aconteci-
mientos histó-
ricos más deter-
minantes para
Europa en el
siglo XX»
La revolución de febrero
«El aire de Petrogrado está cargado de alusiones a la catástrofe»
TROA
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Palabra | 24,50€A FONDO
SL
Antonio Miguel Jiménez Serrano
Graduado en Historia y Máster en Historia y Ciencias de la Antigüedad