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D

esde hace años conservo una mala fotocopia de

una magnífica fotografía de

National Geographic

. En

ella aparecen las recias estanterías de madera de un

monasterio tibetano sobre las que descansan unos

curiosos paquetes que son escrituras budistas con

fundas de tela para preservarlas del polvo. Los

estantes no llegan hasta el suelo sino que comien-

zan a una distancia aproximada de un metro. La foto

a doble página lleva este simpático comentario:

“Con

la esperanza de absorber la sabiduría de las escritu-

ras budistas, sin leerlas, los peregrinos siguen la

tradición de gatear bajo el montón de textos sagra-

dos en el monasterio de Pelkor Chode en Gyangzé”

. Y,

efectivamente, entre los pilares de la estantería y en

penumbra, se ve una hilera de personas que pasa

agachada bajo los estantes, con los ojos muy

abiertos como es propio de quien participa en una

experiencia excitante.

La idea de

“absorber la sabiduría de los textos sin

leerlos”

me pareció fascinante y me recordó al gran

escritor argentino

Jorge Luis Borges

, tan amante de

lecturas y de libros, y de sacar partido a imágenes y

situaciones inverosímiles. Hubiera disfrutado mucho

con la escena.

Hay actividades mucho más fáciles que leer. Y

muchas otras pueden parecer, de entrada, más

placenteras o atractivas; y, desde luego, menos

esforzadas. La lectura tiene muchos competidores

para los no iniciados y, en nuestros días, más por el

aumento avasallador de las conexiones informáticas,

que ha multiplicado los contactos, los juegos y las

imágenes en circulación; beneficio cultural que

también tiene sus costos. Leer es una

actividad personal y solitaria que se ha

vuelto un poco más difícil y un poco más

solitaria. Los que caminaban bajos los libros

tenían algo de razón. La sabiduría no se

logra solo con la lectura, porque es necesa-

ria mucha experiencia y meditación perso-

nal; y la vida no es solo leer. Pero hay un

provecho importante que sólo se puede

lograr leyendo.

Es frecuente lamentarse de que

“cada vez se

lee menos”

. Es una de las muchas quejas que

se repiten sobre el deterioro de la juventud,

de la educación y del mundo en general.

Pero las estadísticas demuestran lo contra-

rio. En realidad, cada vez se lee y se publica

más, en cifras absolutas y relativas, aunque

siempre se trata de una minoría la que lee.

Pero es una minoría que juega un papel muy

importante, porque en gran parte, es la que

mantiene viva lo más valioso de la cultura

humana.

Aprender a leer es abrirse la puerta de un

universo y entrar a formar parte de esa

“inmensa minoría”, como la llamaba con

toda intención el poeta Juan Ramón Jiménez.

Por eso, una gran parte de la educación y de

la transmisión de la vida intelectual tiene

que ver con suscitar los hábitos de lectura.

No sólo enseñar a leer, sino ayudar a

encender el interés por la lectura. Enseñar a

leer se hace en los primeros años, incitar a

LOS BENEFICIOS

DE LA LECTURA

Juan Luis Lorda Iñarra

Aprender a

leer es abrirse

la puerta de

un universo y

entrar a

formar parte

de esa

“inmen-

sa minoría”,

como la

llamaba con

toda inten-

ción el poeta

Juan Ramón

Jiménez.

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