M
uchos pensamos que un libro es un magnífico
regalo. Un libro, decía
Ernest Hemingway
, es el amigo más
fiel, aquel que lo acompaña a uno en todas sus mudanzas y
viajes, aquel que siempre tiene palabras para consolar, o
felicitar, o divertir, aquel que disipa el aburrimiento, motiva
y es fuente de inspiración. Este debería ser el objetivo al
regalar un libro: acompañar a una persona querida más
allá de nuestras posibilidades, ir con ella adónde no
podemos ir, estar con ella cuando hemos tenido que
marcharnos, hacer todo lo que nos gustaría hacer por
ella,pero ya no está en nuestras manos.
El regalo más personal
Un libro es el regalo más personal que puede haber,
mucho más que un perfume, o una corbata, o una pluma,
por poner unos ejemplos muy banales. Un libro siempre
significa: “he pensado en ti” o “he querido compartir
contigo estas páginas que me han gustado, me han hecho
reír o llorar”.
Por ello mismo, si regalar libros es bonito, es también
difícil e incluso peligroso. Permítanme contarles una
anécdota personal: tengo una amiga muy aficionada a la
literatura y cultura francesas. Desde hace algunos años,
prácticamente desde que vive en el país vecino, su hijo le
regala en Navidad los libros galardonados con los más
prestigiosos premios literarios franceses, otorgados a
principios de noviembre: el
Goncourt
y el
Renaudot
. A mi
amiga le encanta ver cómo su hijo mima esa afición de su
madre, a la vez que se alegra de poder estar al tanto de las
novedades literarias. Pero hace un par de años, uno de los
libros premiados, aparte de tener una estructura y una
escritura novedosas y rompedoras, era un ajuste de
cuentas del autor con su madre, lo que podría muy bien
interpretarse como un requisitorio despiadado contra las
madres en general. Es así como le pareció a mi amiga,
quien me llamó asustada. No sabía qué hacer. Pensaba
mandarle una larga carta a su hijo intentando descubrir
heridas antiguas. Yo me reí. Le expliqué que, esta vez, el
chico había tenido poco tiempo para elegir los regalos de
Navidad y que se había limitado a leer una crónica fugaz.
No había que darle importancia alguna. Mi amiga no se
quedó del todo convencida y tardó un tiempo en reponerse
del susto.
La responsabilidad de regalar un libro
Regalar un libro entraña una responsabili-
dad enorme, porque nos comprometemos de
lector a lector. Lo ideal sería no regalar nunca un
libro sin antes haberlo leído y disfrutado personal-
mente. Tarea difícil, me dirán. Sin lugar a dudas: si
en el siglo XV, recién estrenada la imprenta, se
publicaban unos 100 libros al año, hoy día los
libros se multiplican en proporción geométrica.
Pero, no nos engañemos, la cantidad, una vez
más, no es sinónimo de calidad. El progreso
tecnológico – la enorme facilidad que los medios
electrónicos han introducido en la edición-
permite actualmente a un gran número de
autores publicar, no para ser leídos, sino
únicamente para engrosar su currículo o para
satisfacer su ego. ¡Cuántas autobiografías,
memorias o diarios íntimos que nos relatan la
“experiencia” de los veinte o treinta años recién
estrenados; cuántos best-sellers que siguen
dócilmente las modas y que se desvanecen
cuando cambian de dirección los vientos del
mercado, o de la política, o de las modas; cuántos
libros fabricados únicamente para aprovechar la
presencia de sus autores en los medios de
comunicación; en fin, cuántos libros que se
escriben sólo para ganar dinero!
En mi opinión, no es ahí, en esa jungla
editorial contemporánea, donde hay que bucear
para encontrar el regalo-libro adecuado. Para ser
provechosa, la experiencia de leer debe aportar
felicidad, ganancia interior, libertad y algo de
erudición. Al acabar un libro, el lector avispado –
que lo será cada vez más a medida que lea más
libros que valgan la pena- debe estar en posesión
de un léxico más rico, de unas estructuras
lingüísticas más complejas, de unos conocimien-
tos más sofisticados, de un pensamiento más
refinado, de una experiencia vital más amplia, de
unos valores más firmes. Estos son los libros que,
por regla general, se han guardado de generación
en generación, forman parte del patrimonio de
nuestra civilización, pueblan las bibliotecas
“No hay
amigo más
fiel que un
libro”
Ernest
Hemingway
El libro,
un regalo perfecto
Doina Popa-Liseanu
Doctora en Filología francesa y profesora titular de la UNED.
Presidenta de la Fundación TROA.
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A FONDO
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TROA