L
isboa, la princesa del Tajo, está de moda. La
vibrante capital lusa es escenario de eventos culturales de
primera magnitud, y el viajero que arriba a su orilla desde
el mítico río Tejo asiste al espectáculo único de sus juegos
de colores al atardecer sabiendo que, una vez sumido en el
bullicio de sus calles, sus expectativas no se verán frustra-
das.
Desde la época de los grandes descubrimientos, la
que fuera la antigua Olisipo, y en cuyo topónimo quedan
las huellas de su fundación mítica por parte de Ulises,
representa la puerta de lo exótico para aquellos extranje-
ros que se acercan a ella; después de unos siglos de
grandeza, debida a las riquezas que llegan desde el Nuevo
Mundo, la ciudad atraviesa un largo periodo de decadencia
que llega hasta casi el siglo XX. Sin embargo, son los
autores, portugueses o no, del siglo pasado, los encargados
de revestir nuevamente la ciudad de un aura fascinante, a
medio camino entre la realidad y la proyección que sobre
ella se hace de otro mundo interior, paralelo y enorme-
mente sugerente.
El lector neófito puede acercarse a la ciudad,
aparentemente retratada en su faceta más reconocible, a
través de grandes libros de viaje escritos por autores de la
talla de Damião de Góis, José de Espronceda, Hans
Christian Andersen, Vittorio Alfieri, Henry Fielding, Richard
Twiss, José Saramago o Marco Grassano, para citar solo a
los más ilustres apasionados de
la terre des orangers
de
todas las épocas. Todos ellos rinden ributo a una ciudad
que, como nudo imprescindible en las rutas comerciales de
siglos pasados o como lugar que renace tras el dramático
terremoto de 1755, nunca deja indiferente al que pisa sus
enigmáticos adoquines.
Para leer Lisboa, y entender el proceso de paulatina
reconversión de sus coordenadas físicas en unas coordena-
das poéticas y narrativas, se hace necesario
recorrer los pasos que llevan desde la ciudad
descrita a una ciudad soñada. Tirso y Cervantes
describen la capital lusa en sendas obras que
despertaron la curiosidad de su público; Eça de
Queirós hace de ella una ciudad – marco decimo-
nónica, en la que ambientar sus narraciones en
clave realista, y concediéndole un prestigio
literario inesperado.
Sin embargo es a finales del siglo XIX y
principios del XX cuando empieza a perfilarse un
tipo de ciudad literaria que pierde paulatinamente
sus referentes directos y reales. Cesário Verde y,
más tarde, Fernando Pessoa, son los primeros
autores que desvelan algunos de los modernos
mecanismos intrínsecos del espacio de la ciudad.
El Pessoa heterónimo y ortónimo, en
volúmenes como
Poesias
de Álvaro de Campos, el
Livro do desassossego
, las
Cartas de amor
, y su
peculiar guía
Lisbon: what the tourist should see
,
crea un espacio en constante evolución. La Lisboa
real va cediendo terreno a una ciudad futurista,
símbolo triunfal de un progreso tecnológico
largamente deseado, o a una ciudad que pierde
sus referentes concretos para transformarse en
un espacio onírico donde la imaginación cura el
desasosiego y el tedio del alma. La
Tabacaria
pessoana transporta al lector a un universo
misterioso de coincidencias plausibles entre lo
real y lo irreal. La topografía lisboeta se transfor-
ma así en pura metáfora del ser humano, y las
palabras del poeta tienen el poder de proyectar
sobre un espacio real sus inquietudes más
profundas. La ciudad se metamorfosea, adquiere
Lisboa,
entre realidad
e imaginación
Barbara Fraticelli
«En la escritu-
ra de Lisboa
prevalecen la
emoción y las
ideas, y el
resultado de
esa victoria
sobre la racio-
nalidad es una
ciudad renova-
da y recreada
según las
inquietudes
del artista.»
Barbara Fraticelli es profesora titular de Filología románica en la Universidad Complutense de Madrid.
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TROA