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seguir con ellos. Quiero decir que así

como todo lo que sucedió a don Quijote

lo contó ya Cervantes, y lo dejó contado

y cerrado para siempre, todo lo que les

sucedió a Sancho, Sansón, la sobrina o

el ama, al morir don Quijote, ni Cervan-

tes podía haberlo contado, porque se

murió antes, a la par, más o menos, que

don Quijote. Por tanto, lo que les

sucediera a estos personajes cualquiera

estaba capacitado a contarlo, menos

Cervantes. Antes que yo otros “resucita-

ron” a don Quijote y le hicieron vivir sus

aventuras apócrifas contra toda

evidencia, pues es obvio que don

Quijote murió cuando lo quiso Cervan-

tes y, muerto uno, no hay molinos de

viento que valgan. En ese sentido, ni

siquiera está justificada la invención de

otras aventuras diferentes de las que

Cervantes contó. Sólo cabía la posibili-

dad de seguir la vida de los personajes

que quedaron al morir don Quijote, e

intentar hacerlo sin traicionar ni la letra

de Cervantes, ni el espíritu de la letra,

su melodía. Esa que nos ayuda a

reencantar el mundo.

Y aquí nos hallamos. Con

El final de

Sancho y otras suertes

yo he llegado al

final de su viaje. Las razones por las que

hicieron lo que hicieron quedan

explicadas en este libro y en su primera

parte, Al morir don Quijote. En los dos

hallará el lector cumplida cuenta y

razón de las motivaciones y peripecias

de Sancho Panza, el bachiller Sansón

Carrasco, la sobrina Antonia, el ama

Quiteria, los duques, el primo, Carde-

nio, don Fernando, Luscinda, Dorotea,

Tosilos, Pérez de Viedma, Ginés de

Pasamonte y, en fin, otros personajes

de nueva planta, de Periquillo el Cojo al

capitán inglés de quien no se declara el

nombre, pasando por don Suero y doña

Toda…

Más que una novela, he

escrito su historia, la cróni-

ca de sus vidas. De eso

habla la cita de ese gran

cervantino que fue Dickens:

“Hechos, sólo hechos”.

Muchos relatos de “hechos reales”

aspiran a ser una novela. Mi novela,

pura ficción, aspira a ser real.

Este prólogo llega a su fin. A muchos de

“mis” personajes se los lleva la Parca

por delante, como se llevó antes a don

Quijote, pero quedan con vida otros

que acaso seduzcan a un futuro autor

hasta llevarle a indagar qué fue de ellos

y querer contarlo.

Yo le estoy agradecido a toda la larga

secuencia que inició aquel librero

manco, a la edición de Luis Vives, a

Doré, al editor que me encomendó un

Yo, Cervantes, y, por supuesto, al

mismo Cervantes que descubrió que la

ficción y la realidad no son tan diferen-

tes a menudo, haciéndonos creer que el

sentido que rige la literatura puede

proporcionárselo a la vida, que carece

de él, regalándonos de vez en cuando

un poco de justicia poética. Por ejem-

plo: mucho tiempo después, tal y como

sucede sólo en las novelas, llegué a

conocer el nombre de aquel colega que

no fue capaz de escribir la biografía de

Cervantes, je, je.

Aquí te dejo pues, lector, lectora,

deseándote también que este sea para

ti un camino corto y largo, es decir,

largo, pero que se te haga corto.

SL

A FONDO

18

TROA