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Page Background «Al felicitarme por este Premio TROA un amigo me escribía un día de éstos: Se llamaba Carolina tiene algo de viaje a un mundo que ya no existe, pero que existió y no sabíamos que desaparecería y un poco también la historia de dónde los hombres buscamos refugio ante la traición y para comprender nuestra inhumanidad”. (…) Y pienso al recordar esto que, al margen de la muy delicada teoría de valores, lo que parece quererse significar con esta denominación de valores humanos es que éstos, que son los mismos desde que el hombre es hombre, y que por esto también se nos está invitando e imponiendo con escondida coerción a un cambio radical del ser hombres, y esto cuando estamos viendo con nuestros propios ojos varias generaciones de quienes hasta ahora hemos tenido por hombres: la vieja humanidad recién salida de Auchswitz y Kolymá. Y que no ha sido ni rozada por las sucesivas crisis intelectuales, religiosas y morales, por la simple razón de que al menos una minoría de millones de esa humanidad, no se ha sentido obligada a tomar parte de esas crisis, porque nadie lo está, pero sí ha sido el material usado en ellas, y ha corrido con sus gastos y sus consecuencias porque, como decía Albert Camus, éstas nunca afectan a quienes formulan esas grandiosos proyectos y metamorfosis. Así las cosas, entiendo que lo que se ha premiado en este mi libro, Se llamaba Carolina es simplemente que sea una historia de hombre, aunque lo notable en este asunto es que estas historias de hombre y el simple hecho de narrar como a uno le parece y no bajo los cánones de la extinta modernidad ya no deben ser posibles. Esto es lo que hacía lamentarse a Walter Benjamin de que ya no había nada que contar, y a Flannery O´Connor a denunciar que nuestro mundo moderno odiaba la narración, o al señor Fukuyama que no habría ya más relatos porque la historia estaba ya consumada y solamente se trataba de que esa gloriosa consumación llegara a todos los países de la tierra. De manera que el señor Ignatieff, un teórico más de los nuevos tiempos de hace treinta años, razonaba que sería un sinsentido, entonces, contar historias antiguas o de gentes sencillas, pobres, de campo y no ilustradas, ni con alta conciencia histórica. Pero allí seguían estas gentes rurales o urbanas, y más altas o más bajas en la instalación social, y en medio de la plenitud moderna, contándose historias de hombres felices y esperanzados, y yo las he escuchado y sigo haciéndolo, verdaderamente fascinado. El problema es acertar o haber acertado a contarlas. Un escritor es sólo el eslabón de una cadena de narradores y celebradores de la la hermosura del mundo y de la pequeñez y la grandeza humana, y a veces acierta a contar algo cuando se le pregunta: “¿Y luego qué pasó? Cuéntamelo otra vez”. Porque la humanidad no es cualquier cosa, y su esperanza y su alegría tampoco, y no se acaba nunca de contarlas. Y literatura es exactamente levantar vida con palabras, y el escritor pocas veces puede saber si esto llega a conseguirlo o al menos es un intento valedero, y por eso un premio debe ser agradecido. Supone una atención a la escritura y a la historia que se cuenta y luego una elección y una deferencia, y el que lo recibe no tiene nada en las manos solo un agradecimiento sincero por la pura gratuidad con que se le ha concedido.» En torno a Se llamaba Carolina Extracto de las palabras de José Jiménez Lozano en el acto de entrega del Premio V PREMIO LIBROS CON VALORES SL TROA 39