Antonio G. Iturbe
«Valores sólidos
en tiempos líquidos»
T
ú le hablas a alguien de la importancia de los
valores y te mira con un gesto de aprensión, como si
tuvieras el tifus: eso es cosa de carcas, de gente anticuada
o reaccionaria. Entonces le dices que no te ha entendido
bien, que querías decir “valores bursátiles”. Y entonces sí,
se le suaviza el gesto con alivio y te sonríe con complici-
dad… ¡ahora si está delante de una persona respetable!
Estamos de acuerdo en que hablar de valores
siempre es un camino al borde de muchos precipicios. Los
valores de uno pueden no ser los de los demás. Incluso hay
valores defendidos a capa y espada que, precisamente por
su exceso de espada, acaban causando degollinas. Pero
el
valor como concepto de buscar en el interior algo más
esencial y profundo de lo que brilla engañosamente en
las superficies, es un activo
que no debería formar parte
del pasivo, como sucede de manera sistemática. Idolatrar
el pasado es bastante zopenco, pero no se puede negar
que hablar de valores hoy día no se lleva, no es cool. Hay
un consenso general de que lo importante no es el valor de
las cosas sino su precio. Un poema de Antonio Machado
tiene un valor inmenso, pero como puede descargarse
gratuitamente por internet, ha dejado de ser tomado en
consideración, se considera una nadería. Y no sólo es cosa
de Internet. Hace unos días en una librería de ocasión de
Cádiz muy bien surtida, al lado de la Plaza de San Francisco,
me vendieron amablemente un ejemplar de la poesía
completa de Machado en estupenda edición de
Austral en muy buen estado por tres euros.
Cuando me dijo el precio me quedé patidifuso:
¿Todo el cofre de maravillas de los poemas de
Machado por el precio de un bocadillo de atún?
Salí incluso con mala conciencia. Antonio Macha-
do, mayor y enfermo como estaba, tuvo que
emprender el camino del exilio y morirse en
Francia porque no quiso callar su mano y gritar su
elegía a García Lorca y denunciar que “el crimen
fue en Granada”. Un escritor con valor y valores.
Para la cultura la confusión entre valor y
coste es una mala urdimbre de estos tiempos
absolutamente líquidos donde lo que importa es
la liquidez (la financiera, se entiende). Pasa como
con la popularidad: antes lo importante era ser
célebre, pero ahora la gente lo quiere es ser
famosa. Porque si eres célebre te ponen cuatro
líneas en una enciclopedia pero si eres famoso te
ponen en un programa de la tele con una pasta al
dente.
Llámenme moralista,
pero para mí la
literatura no puede ser neutral. Los libros que
me importan son los que reflexionan sobre cuál
es nuestro lugar en el mundo.
Hay momentos
donde una novela de evasión es estupenda, igual
que en el calor del verano nos refresca un vaso de
vino con gaseosa. Pero eso a lo que llamamos
literatura quiere ir un poco más allá. La novela de
entretenimiento cumple una función importante:
hace que el lector se divierta mirando por una
ventana un montón de peripecias, lo hace
olvidarse de su cotidianidad por un rato y mirar
hacia afuera. La literatura lo que hace es que el
lector se mire hacia adentro. Más que ventana, la
literatura cuando tiene peso moral actúa como un
espejo.
La
Fundación Troa
hace algo que no está
de moda: premia novelas con valores. Podemos
luego decidir si los valores que tal o cuál libro
representan son los nuestros, son otros, son
parecidos o son opuestos. Pero la mera voluntad
de introducir un debate donde la masa crítica sea
algo que está por encima del dinero y la zafiedad
de la acumulación de bienes materiales, ya es
digna de ser alentada. Menos mal que alguien
está más pendiente del modo que de la moda. Lo
que hacen, no lo duden, tiene mucho valor.
V PREMIO LIBROS CON VALORES
SL
«La literatura
lo que hace es
que el lector
se mire hacia
adentro. Más
que ventana,
la literatura
cuando tiene
peso moral
actúa como un
espejo
.
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TROA
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