D
iez años, en la vida de una
persona, son apenas nada. Con diez años
acabas de empezar a vivir, y te asomas al
mundo como si todo fuera nuevo. Sientes ya
que eres mayor, e independiente, eso es
cierto, pero a la vez conservas tu inocencia y
tu arrojo intactos, y la ilusión primordial que
te da saber que tienes prácticamente toda la
vida por delante. Con diez años es como si
acabaras de aterrizar en el mundo. Pero diez
años para una editorial son algo muy
diferente. Para una editorial el tiempo corre
a otro ritmo. Diez años son prácticamente
una vida.
Cuando Impedimenta nació, en
septiembre de 2007, la gran editora Beatriz
de Moura, alma de la mítica editorial
Tusquets, acababa de publicar un artículo
que pronto empezó a correr entre las mesas
de todos aquellos que aspirábamos a
ganarnos la vida como editores independien-
tes. El artículo, titulado “El síndrome de la
tortuga de mar”, era un aviso y a la vez una
reflexión, propia de una editora muy
experimentada, y retrataba, tan crudamente
como solo la realidad puede serlo, una
verdad muy dura con la que todos los
editores habíamos de enfrentarnos en algún
momento. De Moura utilizaba el símil de
esas tortugas de los mares del sur que
vemos en los documentales, que ponen cada
temporada huevos por millares, de los
cuales, finalmente, logran eclosionar unos
pocos cientos, y de las crías resultantes la
mayoría acaban pereciendo por las causas
más diversas antes de hacerse adultas
(“pasto de pajarracos y peces de toda suerte
para los que son manjar de dioses”). Solo
sobreviven algunas elegidas, las que a la
postre perpetúan la especie. Pues bien, decía
De Moura, con los editores pasa algo
parecido: lo más probable es que perezcas
antes de llegar a los dos años. Sobrevivir es
un milagro. Se hace imprescindible, pues,
saber bien el oficio que vas a desempeñar,
manejar con sabiduría el poco dinero con el
que inicias tu aventura, tener mucha suerte y
perseverar.
Afortunadamente, el verdadero
oficio editorial es un deporte de tercos.
En
una ocasión, hace muchos años, coincidí con
el gran escritor José Luis Sampedro, en una
charla. Alguien le lanzó la típica (y tópica)
pregunta que se le hace a los creadores a
quienes se trata de maestros: “¿Qué le
recomendaría usted a un escritor que
comenzase?”. Sampedro se lo pensó un rato
y le respondió: “El mejor consejo que puedo
darle es que, si puede, que lo deje”. Lo que
puede parecer una réplica altiva, e incluso
desabrida, en realidad esconde una tesis
muy sabia, y derrocha bonhomía: Sampedro
venía a decir que puedes ser un buen
escritor o un mal escritor, puedes ser más o
menos hábil narrando o haciendo versos,
puedes tener éxito o que nadie te lea, pero si
lo puedes dejar, si puedes vivir sin ello,
entonces es que no eres un escritor. Me
apliqué esa misma receta a mi propia
andadura, a mi propia vocación editorial.
Impedimenta nació en 2007, y cuando
yo llegué a ella, más bien cuando ella llegó a
mí, llevaba ya casi diez años siendo editor en
otras casas (aprendiendo “el oficio”: cómo
elegir con tino los títulos, cómo diseñar los
libros y producirlos, cómo promocionarlos, y
sobre todo, qué lugar ocuparían en esa
especie de canon personal que se llama
“catálogo”). Aunque, tal como comprendí no
mucho tiempo después, yo era editor desde
mucho antes, y la única diferencia era que
me ganaba ya la vida con ello. Porque
ser
editor es, también, en cierto modo una
actitud: se ha de ser buen lector
(al menos
lector voraz, de esos que no pueden vivir sin
leer), y a la vez un recomendador entusiasta,
y una especie de artesano que ama su oficio,
y que ama esa obra cada vez única que es el
producto de su industria.
Ser editor es
transmitir, y tener una vocación de no
quedarte para ti lo que te gusta, sino
intentar que a los demás les guste también,
y ser cómplice de los libreros, esos aliados.
Y como no puede ser menos, un presupues-
to tan sencillo en apariencia y tan idealista,
es de todo menos sencillo de llevar a cabo.
Enrique Redel
| Director literario de Impedimenta
SL
UN EDITOR DE DIEZ AÑOS
22 FUNDACIÓN
TROA
Un editor de diez años
Para una editorial el tiempo corre a otro ritmo:
diez años son prácticamente una vida