armisticio unilateral con Alemania por parte
de los socialistas cobró fuerza, pero no
decantó la balanza en favor de la aprobación
por parte del gobierno, y eso hizo que
partidos minoritarios, como el Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia, es decir
los bolcheviques, y otros partidos obreros y
anarquistas, comenzaran a tener más peso y
apoyo en el espectro político.
En esta guisa, la llegada de Lenin,
líder de los bolcheviques, complicó bastante
las cosas para el entonces gobierno de
Gueorgi Lvov, liberal de carácter conserva-
dor, recibiendo más peso dentro del
Gobierno Provisional la facción socialrevolu-
cionaria de Kerenski, cuyos seguidores ya
engrosaban la mayoría gubernamental. Así,
las exigencias de socialistas y socialrevolucio-
narios de abolir la Duma, crear una república
y realizar una reforma agraria hicieron
mermar las fuerzas de liberales y constitu-
cionalistas en pro de Kerenski y los suyos,
hasta Lvov dimitió y Kerenski le sucedió en el
cargo de presidente en julio de 1917.
Mientras el mismo Gobierno
Provisional adquiría marcados tintes
socialistas (eso sí, moderados, de los
llamados mencheviques), destacando a
importantes socialistas moderados como
Tsereteli o Chernov además de Kerenski, los
bolcheviques no cejaron en el empeño de
alcanzar la auténtica Revolución proletaria,
enarbolando proclamas sobre el control
obrero de los medios de producción, la
reforma agraria o el abastecimiento de las
ciudad, pero, sobre todo, el fin de la partici-
pación rusa en la guerra a cualquier precio.
La situación, que Kerenski, al igual
que Lvov, tampoco supo controlar, siguió un
viraje hacia la radicalización, principalmente
a causa de continuar con la participación en
la guerra, lo que los bolcheviques supieron
explotar y aprovechar de la mejor manera.
Además, la crisis económica se agudizaba,
muchas regiones del antiguo Imperio zarista
reclamaban independencia, los obreros
demandaban un trabajo digno, los campesi-
nos tierras que cultivar… Para octubre de
1917, los bolcheviques, que habían comen-
zado siendo una minoría, se habían converti-
do en la única opción viable de oposición a la
inoperancia del Gobierno Provisional de
socialistas y socialrevolucionarios de
Kerenski. Lenin y los suyos lo tenían claro:
había llegado el momento de actuar. Francis
Lindley, uno de los testigos de lo sucedido,
cuyo testimonio recoge magistralmente
Helen Rappaport en su obra
Atrapados en la
Revolución rusa
(Palabra, 2017), recordaba,
desde la embajada en Petrogrado en ese
octubre de 1917, que “el Gobierno Provisio-
nal «parece que ha desaparecido», añadió,
«no sabemos dónde»”.
“
La polarización
entre los sectores
constitucionalistas
burgueses y socia-
listas socialrevolu-
cionarios aumen-
taba día a día
desde la
f
ormación
del Gobierno
Provisional.”
LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE
SL