naturaleza. Y le dije a mi amigo. “No dejes de pasar un rato
con tu hija con un cuento de por medio antes de dormir,
aunque no lo terminéis, aunque habléis de otra cosa,
porque no se trata solo de leer, se trata de relacionar la
lectura, las palabras, con la seguridad de un padre o una
madre, con la voz cálida de un narrador que te quiere, con
las estrellas en el cielo aunque el cielo esté nublado y habrá
muchas noches nubladas”.
La luz de una linterna
Normalmente el tiempo de los cuentos nocturnos
no acaba de sopetón, es más, si un padre desea mantener
encendidas las estrellas, normalmente atenderá la solicitud
de los niños de contar cuentos inventados en los que, en la
mayoría de las ocasiones, los protagonistas son los propios
niños que de un día para otro se intercambian los persona-
jes hasta dar con uno que ellos mismos van moldeando a
su gusto y personalidad. Pero cuando ya no hay más
remedio que aceptar que el tiempo de los cuentos,
inventados o no, ha llegado a su fin, y los hijos han
aprendido a leer con autonomía, los padres solemos
cometer otro error, en este caso en aras de favorecer el
desarrollo de una virtud loable, pero aplicada equivocada-
mente, como es el orden.
Sobre todo suele ocurrir a lo largo del curso
escolar. Queremos que nuestros hijos se acuesten pronto y
duerman lo necesario para estar llenos de energía por las
mañanas. Como por lo general han aceptado que no se ve
la televisión ni pantalla alguna entre semana o antes de
acostarse al menos, comienzan a reservarse un ratito para
leer una novela -adecuada a su edad- que les ha cautivado.
Es entonces cuando entran papá o mamá en la habitación y
ordenan, aunque con cariño, cerrar los libros y apagar las
luces de la habitación o del flexo. Y las luces se apagan…
Pero al cabo de un rato, los padres descubren que de
nuevo hay luz en la habitación, se acercan y observan
cómo, bajo la sábana, alguien ha encendido una pequeña
linterna y con el atractivo de la clandestinidad se ha vuelto
a zambullir en el libro elegido sin saber que es el libro el
que lo ha elegido a él o a ella; de hecho, la forma de la
sábana podría ser la de un libro abierto
boca abajo, un tejado a dos aguas, una
cabaña, ese lugar seguro que todo niño
ha construido en alguna ocasión.
Es cierto que las facturas de la luz son
caras pero a veces queremos que los
niños se acuesten cuanto antes, incluso
a pesar de que están leyendo, repito en
alto: “ESTÁN LEYENDO”. Queremos que
lean pero luego les apagamos las
luces…
La luz de la ilusión
Está claro que regalar libros es bueno
pero se ha instaurado un mito en
nuestras vidas al respecto, ese tipo de
mitos que se aprovecha de la buena
intención de los padres. “Con la de
cosas tecnológicas que se regalan… con
un libro siempre se acierta”. Pues no
siempre es así y la verdadera ilusión es
como una pequeña planta. Necesita
agua pero si la inundamos morirá y los padres a
veces somos camiones cisterna.
Mi hijo se llama Jorge y como el lector
podrá imaginar su santo coincide con el día del
libro. Hace unos años contaba en un blog
personal cómo había aprendido una lección del
modo en que, a veces los padres que tratamos de
educar a nuestros hijos de la mejor manera
posible, la solemos aprender: recibiendo un golpe
emocional. Desde hacía algunos años y con el
objetivo de iniciarle en el amor por la lectura, el
día de su santo le decía a Jorge con toda mi ilusión
que pensara un par de libros para regalárselos.
Cada año él terminaba diciéndome algún título
pero nunca le veía realmente contento. Hasta que
un día mi mujer indagando al respecto consiguió
que le revelara la razón de su tristeza: “No es que
no me gusten, pero estoy harto de que por mi
santo papá siempre me regale libros”…
La luz del ejemplo
Hace unos años subrayé esta reflexión que
hacía sobre su padre la escritora Paloma Díaz-Mas
en
Como un libro cerrado
: “Una imagen vale más
que mil palabras, dice el proverbio. Aquellas
imágenes surgidas de mis manos, bajo la luz rojiza
del Taller de los ocios de mi padre, valían en
nuestra relación más que todas las palabras del
mundo. Cada imagen era una historia que mi
padre me contaba sin palabras, como quien
cuenta un cuento; pero el cuento más hermoso
era, precisamente, ver cómo la historia iba
surgiendo sobre el papel: exactamente igual que
cuando escribimos”.
Algunas frases halladas en un libro
pueden a veces influir en el rumbo de una vida,
también algunos castigos. A mí a los catorce años
mi padre me castigaba “de vez en cuando” a estar
con él en su despacho (solamente a estar) y no
tenía más opción, si no quería aburrirme, que leer
«Se trata de
relacionar la
lectura, las
palabras, con la
voz cálida de un
narrador que te
quiere»
«No dejes de
pasar un rato
con tu hija con
un cuento de
por medio antes
de dormir»
SL
LA VOLVORETA DE LOS LIBROS
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