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«Y el abuelo

quizá está en

una posición

más favorable

para ver cómo

puede ayudar

a uno y luego

a otro.»

D

e repente, me he vuelto

espectacular. Digo que llevo 60 años

casado (¡con la misma mujer!), que yo

era hijo único, que tenemos 12 hijos y

48 nietos, y que, sumando todo, la

familia directa somos 73 y noto que, a

mi alrededor, hay mucha gente a la

que se le van cayendo los palos del

sombrajo, expresión que siempre me

ha hecho mucha gracia, porque

cuando la digo, hasta oigo el crac crac

de los palos cayéndose y dejando a la

gente sin protección.

A lo de los 12 hijos, muchos ya

se han acostumbrado. Algunos dicen

que a mi mujer y a mí se nos fue la

cabeza. Que mi mujer y yo no

hablamos previamente del número de

hijos que queríamos tener -es

verdad-, pero que, milagro tras

milagro, hemos salido adelante y,

además, bien. Increíble. Inexplicable.

Pero lo de los nietos, eso hay

algunos que no acaban de tragárselo.

Porque la doctrina oficial es que antes

se tenían muchos hijos, porque eran

otros tiempos. Pero ahora, ¿a quién

se le ocurre?

Pues ahí están los 48, bien

majos. Y, además, uno ya se ha

casado con una chica fenomenal, a

quien considero también nieta, con lo

que pasaríamos a 49 nietos, que yo

creo que es el número correcto. Y el

total subiría a 74.

Las preguntas se suceden. Debo

confesar que no son excesivamente

originales.

1. Si me sé el nombre de todos los

nietos (sí)

2. Si, a veces, los confundo (sí)

3. Si sé a qué curso van (no)

4. Si disfruto de ellos (no)

5. Si conozco a sus novios/as,

novietes/as (sí)

6. Si la paga semanal es soportable

(no hay paga semanal)

7. Si alquilamos un restaurante o

un hotel para Navidad (no. Tenemos

una casa grande en el monte, en la

que no cabemos todos, pero sí

bastantes. Y, en caso de apuro, bien

apretadicos y un poco incómodos,

todos).

8. Y así.

Un amigo mío lleva la foto de su

nieto único en el móvil y me la enseña

cada vez que nos vemos. Yo no llevo

las 48 ó 49 fotos, porque podría

agotar la capacidad del móvil y

porque, para mis amigos, sería una

faena que dedicase un minuto a cada

nieto, en entrevistas agotadoras.

Una cosa importante es que yo

me dé cuenta de que cada uno de los

48 -o de los 49, con la nueva

numeración- es una persona.

Digo esto porque en las

familias un poco numerosas existe

el peligro de ver grupos: los

mayores, los pequeños, y de

olvidarnos de que cada grupo está

formado por personas con sus

virtudes y sus menos virtudes, con

su buen genio o con su menos buen

genio, con sus ambiciones nobles y

con alguna menos noble...

Y el abuelo quizá está en una

posición más favorable para ver

cómo puede ayudar a uno y luego a

otro, yéndose de paseo o a

merendar con él y dejándole que

hable, que hable, que hable. A

veces, el chaval, al hablar, hablar,

hablar, contará al abuelo cosas que

no cuenta a sus padres, momento

en el que hay que escuchar con

cariño, sin quitar la autoridad a los

padres y sin "traicionar" la confian-

za de los chavales. Lo que el nieto

cuenta al abuelo es absolutamente

confidencial.

Profesor del IESE. Escritor

Leopoldo

Abadía

MIS NIETOS Y YO

Espasa | 200 págs | 19,90 €

SL

FAMILIA

38 FUNDACIÓN

TROA